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“Piedras y espinas en las arenas de Ñancaguazú”

eusebio libroCon ese titulo Eusebio Tapia Aruni publicó en 1997, a los 30 años de la caída del Che, su libro “Relato y testimonio de un sobreviviente”. Era un poblador aymara nacido en La Paz, integrado desde sus dos años de edad en la comunidad Suru Saya, en las proximidades de Viacha, en pleno altiplano paceño.

Eusebio era uno de los tres “viacheños” enrolados en la guerrilla del Che. Los otros dos eran Apolinar Aquino Quispe (“Polo”) y Serapio Aquino Tudela (“Serapio”). Por la via del primero de ellos, activo militante comunista y ex dirigente sindical de la fábrica Figliozzi, se vinculó al PCB aproximamente un año antes de ingresar a la guerrilla. Como tarea partidaria sirvió de pantalla para la adquisión de un terrreno en Alto Beni, mientras los preparativos para la llegada del Che parecían orientarse a esa región. Cuando el operativo se concentró en el sudeste, fue trasladado de Alto Beni a Ñacahuasu e incorporado a la guerrilla el 21 de enero de 1967, junto con Wálter Arancibia y Benjamín Coronado (los tres del PCB). Ya estaban allí “Polo” y “Serapio” fungiendo como peones de la granja que había adquirido “Coco” Peredo como fachada del proyecto guerrillero.

A los pocos días de su llegada, Eusebio partió (1 de febrero) en la columna de exploración al río Grande realizada en condiciones de extrema dureza y a cuyo penoso retorno comenzaron las acciones armadas (23 de marzo).

Por ciertas fallas y malos entendidos originados en gran parte por las barreras culturales el Che decide “licenciar” a Eusebio junto a tres de los reclutados por Moisés Guevara (“Paco”, “Pepe” y “Chingolo”). Los cuatro forman el grupo llamado de la “resaca” y son incorporados como lastre en el sector de la retaguardia, comandada por Joaquín. Los calificativos que apunta el Che sobre Eusebio al hacer su evaluación trimestral son durísimos y denigratorios. Y añade: “Quiere irse y nosotros lo expulsaremos, pero su salida está condicionada a su buena conducta. No parece cobarde”.

Como se sabe, el Che se separó de la retaguardia con la intención de reencontrarse en tres días, mientras se aproximaba a Muyupampa para permitir la salida de los “visitantes”, Debray el francés y Bustos el argentino. Nunca más se volvieron a encontrar los dos segmentos de la guerrilla, a pesar de la intensa búsqueda mutua.

Joaquín tuvo que cargar no solo con varios enfermos sino con los cuatro de la “resaca”.

Julio Velasco Montaño, “Pepe”, minero de San José, fue torturado y fusilado el 23 de mayo, a menos de 24 horas de haberse entregado creyendo en las “garantías” ofrecidas por el gobierno.

José Castillo Chavez “Paco”, resultó el único sobreviviente de la emboscada en el río Grande en la que pereció todo el grupo de “Joaquín”. Herido y moralmente decaído fue sometido a duros interrogatorios y estuvo prisionero más de tres años.

Según el relato de “Eusebio” él y Hugo Choque Silva, “Chingolo”, el 22 de julio perdieron contacto con el grupo y cuando intentaban salir del lugar fueron capturados en las cercanías de Monteagudo.

Chingolo”, apelando a su minoridad, contó una historia que los militares creyeron o fingieron creerle, ayudó a ubicar los depósitos de la guerrilla y se integró al Ejército en calidad de conscripto, posiblemente cambiando su nombre, pues nunca más se supo de su existencia.

La suerte de Eusebio fue distinta. Víctima de golpizas y torturas atroces e interrogatorios extenuantes, cumplió más de tres años de prisión en Camiri. A su salida militó de manera intermitente en el PCB y escaló desde la base de Alto Beni a las direcciones máximas de los campesinos colonizadores. La primera edición de su libro (1997) le confirmó una vocación de narrador no solo de sus propias experiencias sino también de difusor de elementos formativos de cooperativismo, sindicalismo, socialismo y temas gruesos del debate político de coyuntura, por ejemplo un folleto en el que se burla sin misericordia del matrimonio del “jacobino” García Linera. Escribe sus textos a su estilo, los imprime artesanalmente y él mismo los vende recorriendo calles y ferias en todo el país. Con el paso del tiempo Eusebio fue dejando de lado el rudimentario marxismo que profesaba y derivó hacia un indianismo radical que propagandiza a los cuatro vientos con su palabra y sus escritos. La segunda edición (1998) de su libro testimonial sobre sus seis meses de guerrillero fue notablemente corregida, aumenta y revisada y apareció como Ediciones Qhananchawi (de Qhana claridad, luz en aymara, el sello editorial de todas sus publicaciones). El prólogo (ver adjunto) lo escribió el entonces periodista Carlos D. Mesa Gisbert.

En un reciente contacto telefónico Eusebio nos confirmó que para el aniversario 50 del Che (2017), hizo una tercera edición de su libro esta vez con una mirada distinta de los hechos en los que participó. Haremos todo lo posible por conseguirlo, es una pieza que no puede faltar en nuestra biblioteca.

Eusebio y el Che: Historia de un desencuentro

Carlos D. Mesa Gisbert, octubre 1998

Los héroes hijos de la épica son espejos ejemplares en los que quisiéramos vernos retratados. El Che es una de esas figuras acuñadas en la sangre por este siglo generoso en holocaustos. Intenso y nuestro, tanto que puso a Bolivia en el mapa mundial en la segunda mitad de la década de los años sesenta. El paso de los años lo hizo imagen perfecta, símbolo y emblema. Derrotado, renació de las cenizas no como ejemplo de las ideas socialistas por las que se inmoló, sino por su coherencia humana. Su hombre nuevo, más allá de la revolución y la batalla mortal contra el imperialismo, lo fue como él mismo –igual que los cristianos de los primeros años, igual que los santos de todas las épocas– porque vivió como dijo que había que vivir.

Pero si trascendemos la imagen, si descendemos de la épica a la realidad, encontraremos al revés de la trama de esa admirada epopeya, una ruta de desencuentros, una esperanza revolucionaria que no descubrió nunca la esencia compleja de este país. El Che llegó a Bolivia prendido de una ilusión, cabalgando una utopía, más allá de Bolivia, esperando encender la llama en su Argentina natal, soñando en emular la implacable resistencia vietnamita que terminaría derrotando por primera vez con claridad al arrogante imperio estadounidense.

La historia de la guerrilla boliviana del Che es desgarradora por todas las cosas que se hicieron mal o no se hicieron, por la terrible soledad de los guerrilleros perdidos en ese curioso paisaje entre verde y árido que les tocó en suerte, por la evidencia fatal de una aventura condenada a la derrota que vivió del aire gigantesco que le daba el aura del Che, un mito vivo de la revolución latinoamericana.

Debray estudió el terreno y envió un informe a La Habana que el Che nunca leyó. En esa investigación la zona escogida era la frontera entre los Yungas y el Alto Beni. La relativa proximidad con la Argentina terminó por condenar al Che y sus hombres a morir en La Higuera y sus proximidades. La sombra fundamental de la Revolución de 1952 y su impacto fue un referente episódico que nadie se tomó en serio para intentar descifrar la reacción de los campesinos. Pero quizás el vacío más terrible que enfrentó el comandante Ramón fue el cultural. El silencio impenetrable de los hombres y mujeres quechuas que encontraba entre los arbustos y la niebla, en las olvidadas y misérrimas chozas que salpicaban el paisaje hostil (y que hoy se yerguen como congeladas sin cambio ni mejora alguna, en señal de amarga ironía), fue el principio de la inevitable sepultura boliviana del combatiente. Finalmente, los hombres barbados repetían un camino que los quechuas habían experimentado cuatro siglos antes. No importaba el destino, ni el objetivo, ni los ideales de cada quién, importaba ese muro cultural que nunca terminó de romperse. No era solamente la llegada de extranjeros, sino el poderoso contenido étnico-cultural de ese concepto. El marxismo ortodoxo, o el maoísmo al que el Che era más proclive desde los primeros años de la Revolución cubana, no contemplaron un factor decisivo como este que hizo imposible repetir las experiencias de Sierra Maestra y la difusión continental del movimiento guerrillero. El internacionalismo predicado con ingenuo optimismo era un galimatías para esos agricultores que el Che encontró en la ignota floresta boliviana aislada en el corazón de una nación aislada, lejos del palpitar hirviente de la política local en las alturas mineras o en las faldas del Illimani.

Pero si algún rasgo es desgarrador en esa terrible historia de desencuentros y de derrotas es la participación de los hombres reclutados por Moisés Guevara,(*) uno de ellos Eusebio Tapia. Piedras y espinas en las arenas de Ñancaguazú es un testimonio esencial para entender el sino trágico del Che en Bolivia. Eusebio cuenta por primera vez desde la óptica del pueblo al que el Che vino a liberar, su origen de pobreza absoluta en el altiplano paceño en las inmediaciones de Viacha, su vida a salto de mata entre el campo y la ciudad. Su primer contacto con la "revolución" lo hizo en los mitines del partido Comunista, cuyas ideas le salpicaron en un rompecabezas de palabras incomprensibles para alguien que apenas había superado el analfabetismo. Es también un testimonio que coloca como pocas veces a los políticos y la política boliviana frente a una realidad terrible. Son dos mundos que caminan paralelos y no se tocan, es una ficción dolorosa, la de la encarnación del partido marxista y el pueblo (cualquiera que sea el partido).

Eusebio Tapia vivió su propia y dramática aventura, apostó casi a ciegas a la solidaridad de las ideas genéricas de cambio que su propia condición social demandaba. Pero fue por encima de todo una pieza ciega en ese terrible ajedrez de la Bolivia polarizada de los sesenta. Igual como enlace citadino, que como sereno de una propiedad del PC en los Yungas, que como guerrillero en uno de los momentos más impresionantes de toda nuestra historia republicana. Coherente con aquello de que el individuo no vale sino como parte de la heroica batalla colectiva por la liberación, Eusebio Tapia llegó, cuando apenas dejaba la adolescencia, a encontrarse cara a cara con el más famoso guerrillero que el mundo había conocido en este siglo. Y Eusebio no sabía que ese hombre existía, ni lo que había hecho, ni lo que realmente venía a hacer a Bolivia, y cuando lo vio por primera vez no quedó tocado como aquellos de sus compañeros cubanos que siguieron al Che sin dubitar desde La Habana, o aquellos bolivianos a los que se les ponía la piel de gallina con solo escuchar su nombre. Cuando alrededor del fuego uno de sus amigos, indio como él, le dijo que la guerrilla triunfaría porque allí estaba el Che, Tapia preguntó ingenuo quién era ese hombre que garantizaba el éxito de la campaña.

Cuando Ramón, atribulado por la cantidad interminable de infortunios que lo acompañó desde su llegada a La Paz en noviembre de 1966, se acercó y le preguntó ¿cómo está tu moral?, Eusebio paralogizado respondió cualquier cosa, para acercarse luego al amigo y preguntarle ¿qué es moral? Si algún retrato nos muestra de modo más terrible la coexistencia de dos mundos que nunca sintonizaron, es este.

Igual que ocurriera en la guerra de la independencia, o en la revolución federal, o en muchos otros momentos de nuestra historia, en la trágica guerrilla del Che se repitió el malentendido esencial entre hombres de culturas distintas que daban por supuestos códigos que jamás fueron comunes.

Por eso Ernesto Che Guevara escribió el 21 de abril de 1967 sobre el muchachito aymara, lacónico e implacable como solía serlo: "Pésimo. Resultó vago, mentiroso y ladrón. Quiere irse y nosotros lo expulsaremos". Aunque le concedió algo que en boca del Che no era poca cosa: "No parece cobarde".

En este libro Eusebio cuenta los primeros quince días de campaña. Un viaje a ninguna parte. ¿A dónde iban?, ¿para qué?, ¿por qué tanto esfuerzo y sufrimiento sin destino? Nadie se lo explicó. Él, que sabía de comer poco o nada y creyó que cuando menos sería bien alimentado, se encontró otra vez frente al hambre. Robar una lata de leche condensada podía significar la muerte Nos cuenta que no se robó las latas, que lo acusaron falsamente. Nos cuenta que su superior cubano era arbitrario e injusto. Nos cuenta una espiral de cosas que solo tienen sentido en el contexto de la privación y las limitaciones sin cuento de esa guerrilla condenada a los círculos del infierno, que se cerrarían en la quebrada del Yuro.

Eusebio dejó la guerrilla en julio de 1967- Siempre se interpretó ese final como una deserción y siempre se conoció al grupo que integraba dentro del destacamento como "la resaca". Pasó de una marginación a la otra. Ni aún en la utopía del guerrillero Eusebio pudo encontrar el espacio de igualdad, porque simple y sencillamente ni fuera ni dentro del marxismo, la realidad de la asimetría de dos culturas pudo modificarse y porque fue conducido al sacrificio sin estar mínimamente preparado para asumirlo. Él nos cuenta una historia distinta, de la imposibilidad de volver a hacer contacto con su grupo después de un combate. La historia toma aquí otro giro. El ejército se encargará de ratificar el lugar exacto de las cosas y los valores, preso y torturado hasta la alucinación víctima de simulacros de fusilamiento. Víctima, siempre víctima, acusado de rojo por uno, de desertor y delator por otros, soportó el cautiverio y se perdió en el anonimato tras el final de una odisea que marcó al país para siempre.

Treinta años después, recuperado el cadáver del guerrillero, en el tiempo de la conmemoración precisamente cuando tantas de las premisas por las que combatió han sido derrotadas por historia, Eusebio Tapia escribe su testimonio. Más allá del debate y discusión sobre los hechos que no me toca discernir, recojo acongojado una prueba más de este abismo cultural que no termina de cerrarse y que explica muchas de las sinrazones que hemos vivido. Esta visión, ingenua, lógicamente condicionada por el subjetivismo y la justificación personal, es intensa como pocas, porque por primera vez nos muestra el otro lado de la historia, aquella que los etnohistoriadores han intentado recuperar de nuestro pasado colonial y que tiene plena vigencia hoy. Al lado del mito imponente del guerrillero, la voz que nunca nadie escucha de uno los hombres que llegó a Ñancaguazú a protagonizar una batalla por la liberación de un continente que quizá nunca fue suya.

(*) Como lo explica reiteradamente en su libro, Eusebio Tapia ingresó a la guerrilla por la vía del PCB y no formaba parte del grupo de los reclutados por Moisés Guevara (Nota del Editor)

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