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¿Fue el Che Guevara pachamamista?

El libro “Salir del Paso” de Rafael Archondo y Gonzalo Mendieta, editado por Plural y presentado recientemente en La Paz en la Asociación de Periodistas, presenta material novedoso para interpretar tres décadas de violencia revolucionaria–de 1967 a 1997– en Bolivia.

Uno de los méritos del citado libro es que estimula nuevas investigaciones para interpretar la política y sus caminos en nuestro país, y, de ahí, las características de nuestra formación social. Los comentaristas de ese libro en las diferentes ciudades en que fue presentado –tuve el honor de ser uno de ellos– tocaron este asunto forzosamente de pasada, dado lo limitado del tiempo de exposición.

A propósito del libro salir del paso de Rafael Archondo y Gonzalo Mendieta.

  1. A MODO DE INTRODUCCIÓN.

Leí por ahí que “el pasado nunca se va”, ni siquiera cuando queremos olvidar o inventar otra historia, porque a pesar de que suele esconderse hasta en los intersticios más ignotos e inescrutables, siempre renace hasta de las cenizas, y porque al final (muy a pesar de que existen tentaciones por ocultar o relativizar algunas verdades incómodas o incompatibles con antiguos o diferentes valores), termina por convertirse en el eslabón indispensable para conocer y construir nuevos escalones de futuro y porvenir.

Por eso, Salir del paso de Rafael Archondo y Gonzalo Mendieta, llega en un momento muy especial para la sensibilidad nacional y el interés colectivo del país. Y es así, porque abordar el asunto de las guerrillas en Bolivia no solo implica remover el gran impacto que tuvieron en el ámbito político e ideológico nacional, sino inclusive en la esfera íntima, subjetiva y existencial de muchas personas y entornos familiares que nos vimos profundamente interpelados por las ideas y el accionar de dicha experiencia.

A propósito del libro “Con las armas, el Che en Bolivia” de Gustavo Rodríguez

Acabo de leer “Con las armas”. Me ha dejado sin aliento. Igual que dice Juan Ignacio Siles en la introducción del libro, estaba convencido de que no se podía decir nada nuevo sobre la presencia del Che en Bolivia, que todo había sido escarbado, pero no. Su autor, Gustavo Rodríguez, prueba –una vez más– el éxito de la combinación de escudriñar hasta la obsesión hechos, circunstancias y detalles que –por nimios que parezcan– explican muchas cosas y la tarea de reconstrucción histórica de gran alcance. Da la impresión de que no hay un día, desde la llegada de Guevara a La Paz, que no esté contado en sus páginas.

Como apunta Siles, el registro de esta obra es muy distinto a “Teoponte” (libro monumental de Rodríguez sobre la guerrilla de ese nombre), más distanciado, menos comprometido emocionalmente. Logra, y esto es lo que más me ha impresionado, un equilibrio tal que el retrato de la tragedia está en manos de quien lee. Algunas pinceladas lo colocan más cerca de la guerrilla que del Ejército, pero no alteran el método. Lo destacable es que el hombre sabe narrar, lleva la crónica en las venas sin menoscabar un ápice el carácter histórico, avalado por la abundancia hasta la asfixia de notas de las fuentes primarias y secundarias o explicativas y valorativas de lo afirmado.

Por primera vez creo haber comprendido integralmente la naturaleza exacta de tan curioso como dramático y terrible episodio de nuestro pasado. Es increíble que el tamaño gigantesco del hombre-mito pueda haber sobrevivido a este desastre. Mal ideado y conducido, un movimiento absurdo, precario y planteado con el nivel de un principiante desde donde quiera mirarse. Es, en verdad, la historia de unos enajenados y desarrapados combatientes en medio de la nada en camino hacia la nada. Una guerrilla absurda con una pretensión desmesurada, fuera para Bolivia (que no lo era), fuera para vietnamizar América Latina.

Lo más estremecedor, sin embargo, es que del lado del Ejército la situación no era diferente. Preparación mínima (cargando el absurdo mecanismo de la guerra convencional), soldados inexpertos y bisoños, pésimamente equipados, en ocasiones tan muertos de hambre como los enemigos, con mandos desorientados y con una tendencia a los excesos y los abusos como método. Son patéticas las veces que los soldados (lo de “soldaditos” es un término peyorativo condescendiente para referirse a las tropas bolivianas) no aguantan un embate armado y huyen.

Ni qué decir del escenario de la guerra, más allá del endiablado contexto geográfico inhóspito y hostil, la pobreza –o más bien miseria– de los campesinos y habitantes de pueblos y comunidades dispersas, es un testimonio –aún vigente– de las condiciones de una nación desarticulada, desvertebrada, con espacios gigantescos librados a su suerte, con una población malnutrida analfabeta, olvidada… Qué absurdo suponer que en ese contexto era posible comunicar, convencer, seducir para el enrolamiento y el crecimiento “espontáneo” de la guerrilla. Eran –y son– dos mundos mediados por un abismo.

Se puede adivinar desde el primer momento la irresponsabilidad de la dirigencia cubana. No fue un abandono, fue una suma de inconsistencias, fue no entender la diferencia gigante entre la pequeña isla y el continente desmesurado que se pretendía subvertir. Si los unos, los guerrilleros, quedaron aislados e incomunicados de “Manila” (La Habana) al poco tiempo, los otros, el Ejército, estuvo mal comunicado desde el primer día.

La dramática ruta al desastre de dos columnas perdidas e incapaces de prever nada va agudizando su fatal desenlace, al contrario de los militares, que si primero caen como incautas ovejitas en sus refriegas con los guerrilleros, poco a poco van aprendiendo lecciones y acaban aplicando los mismos métodos de la guerra irregular y revirtiendo completamente el escenario bélico.

Está muy clara en el texto la evolución de la presencia de EEUU, desde un comienzo de dudas hasta el entrenamiento de los rangers en La Esperanza (Santa Cruz). Fue una intervención importante, pero no decisiva. Más temprano que tarde con gringos o sin gringos, el Che iba a caer y su aventura, desbaratarse. Su asesinato, se deja entrever, fue decisión del presidente Barrientos y los dos más altos jefes de las FFAA: Ovando y Torres, aunque es obvio que a los estadounidenses ese crimen les vino muy bien.

Hay algunos personajes particulares. Rodríguez tiene debilidad por Tania y a través de ella (buena parte está tomada del libro que escribió sobre ella), describe muy bien el lazo (si así se puede llamar) de la “preparación” urbana. Es la historia personal de una pasión ideológica, un desamparo psicológico y un trato machista a la hora del combate. Desairado papel de Debray y Bustos, muy bien explicado. Sobre los héroes, probablemente lo fueron en esa macabra lógica del martirio que proponía irracionalmente el Che con la tesis del hombre nuevo. Lo fueron también algunos de los militares que consiguieron la victoria.

Gustavo da de vez en vez pinceladas de contexto ideológico que permiten entender muy bien los móviles de los protagonistas del conflicto. Mantiene la adecuada distancia en el pleito entre Estanislao y el Che, entre el PC boliviano, Moscú y el delirio castrista…

Finalmente, la radiografía del Che la hace él mismo, diario y rabietas mediante. Sus último meses, agobiado y casi agonizante por el asma, son terribles a la vez que reveladores de la total falta de previsión (el desmantelamiento de su campamento central y las cuevas con documentos, armas, pertrechos y medicinas, así lo confirman). Es un literal vía crucis a la derrota y a la muerte inevitables.

Con ventaja, este libro (y hay cientos sino miles sobre la cuestión) da –por fin– un panorama total, descarnado y veraz. Las múltiples versiones que recoge el autor en todos los temas polémicos con solvencia de historiador dominado por las fuentes, son ejemplares de un trabajo serio.

Es tan penoso todo que si sacamos al Che del escenario, nos quedamos casi con una dramática caricatura.

No puedo menos que concluir esta breve nota felicitando a Juan Ignacio Siles y Víctor Orduna por el trabajo ímprobo que hicieron, una labor titánica en ausencia de Gustavo, para que el rompecabezas de notas y precisiones históricas –tantísimas–quedara bien armado.

¡Un libro con Mayúsculas!

Carlos Mesa fue Vicepresidente y Presidente de Bolivia. 

Fuente: Brújula Digital - 04/09/2023

“Con las armas” de Gustavo Rodríguez Ostria

Un año antes de su muerte, que acaeció el 14 de noviembre de 2020, Gustavo Rodríguez Ostria me dijo que lo que escribía en ese momento sería “el libro definitivo sobre el Che en Bolivia”. Afortunadamente alcanzó a terminar el manuscrito, aunque, por la celeridad con que le sobrevino la muerte, este tuvo que publicarse de forma póstuma. Acaba de aparecer en Plural, editado por Juan Ignacio Siles y Víctor Orduna. Se titula “Con las armas. El Che en Bolivia” y es una pieza mayor de la historiografía boliviana y una contribución del autor comparable a “Sin tiempo para las palabras. Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia”, probablemente el mejor libro de Rodríguez Ostria, un historiador brillante que produjo muchos títulos que perdurarán.

A diferencia de lo que ocurría con “Teoponte”, en este caso el historiador se enfrenta a un objeto estudiado hasta la saciedad. La atracción universal que ejerce la figura del Che ha sido el estímulo de incontables publicaciones, películas, documentales, etc. sobre este personaje. El libro que reseñamos es el número 99 realizado por un boliviano en torno al Che, según el registro que lleva Carlos Soria Galvarro, un conocido experto en el tema. Si tomamos en cuenta a los autores extranjeros, debemos multiplicar esta cifra por “n”.

Solo por el gustito español de ser héroes

En 1971, el III Congreso Nacional del PCB hace, bajo la batuta de Jorge Kolle, su balance sobre la guerrilla del Che. Allí afirma que, si el partido hubiera llevado a la práctica un verdadero apoyo militar y paramilitar a la guerrilla, eso no habría variado su curso final. Y Kolle remata: “Probablemente habría habido más combatientes y, consiguientemente, más héroes revolucionarios…”, pero nada habría cambiado sustancialmente.

Ese gustito por los héroes revolucionarios, por la vanidad, irrita al PCB de 1971, al igual que el apoyo de Lechín y, quién lo diría, el soporte inicial de Paz Estenssoro a la guerrilla. “Pose demagógica y oportunista” les dice el PCB, subrayando que Paz se retractó de su precipitado voto oral a favor de la guerrilla.

Guevara: Instantáneas, flashes, Momentos.

1) La tentación de contar la historia en minucia y detalle se desvanece ante los límites del espacio. No tengo capacidad de síntesis. La última vez que lo intenté salieron 1500 páginas. Perdón, Guevara se desvanece en el mito, cuesta trabajo devolverle forma terrenal.

2) Su padre, el arquitecto Guevara y Celia de la Serna, recién casados se van a la aventura y en un lento vapor con ruedas de paleta llamado Iberá, llegan a un lugar llamado Caraguatay, en el Alto Paraná, muy cerca de la frontera argentino-paraguaya. Allí han comprado 200 hectáreas, donde construye una casa de madera y se dedica al cultivo del mate y a la tala de las maderas. Supuestamente, allí será engendrado Ernesto Guevara de la Serna.

El asesino que escapó a la maldición del Che

Mario Terán, fallecido días atrás a los 80 años, vivía sólo y víctima del alcoholismo, pero siempre bajo el paraguas del Ejército boliviano que lo acobijó hasta que su cuerpo dijo basta. El hombre que mató Ernesto Guevara es uno de los pocos militares bolivianos al que lo alcanzó la muerte natural. El resto, no pudo evitar la maldición.

Vivía enfermo. Retirado del ejército por alcohólico pero protegido al punto en que su domicilio estaba dentro del cuartel de la Octava División  en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el sargento mayor Mario Terán fue uno de los pocos militares bolivianos sobrevivientes a “la maldición del Che”.